De autor ANONIMO:

No se equivoca el pájaro que abandona el nido para aprender a volar. Se equivoca cuando prefiere la seguridad del nido renunciando a volar.

miércoles, 29 de abril de 2015

EDUCACIÓN ¿A QUÉ DISTANCIA DE LAS METAS?

Foto Archivo - 2012 - Cosquín -
Año Nuevo Originario y Criollo

He aquí la palabra clave: instituciones. Desde la familia que nos ve nacer, hasta la mayor complejidad posible. ¿Qué pasó con los objetivos propuestos y los valores defendidos por los grupos fundantes?

Cuestión de distancias.

Una de las cuestiones radica en la enorme distancia que existe entre las políticas nacionales, las selecciones curriculares en educación y las metodologías utilizadas para la enseñanza, por un lado. Y en el otro extremo, la mirada de ese niño que pertenece a una familia entre tantas otras, donde la lucha por la subsistencia y por mantener un lugar digno ocupa todo el tiempo de papá y mamá. Esa distancia inevitablemente genera conflictos de comprensión.
La Declaración de los Derechos Humanos y posteriormente, de los Niños, dejan bien claro el derecho al nombre y a la nacionalidad. También a la educación. Y los documentos para América Latina lo refuerzan diciendo que dicha educación debe ser permanente, y basada en los principios de la igualdad, la equidad y la calidad en un contexto de participación democrática. Ellos ponen especial énfasis en reforzar el reconocimiento de la cultura local y la promoción del amor a los valores ciudadanos. ¿Dónde pueden crecer mejor estos valores que en cada familia?
Otra cuestión. Enunciar la libertad de pensamiento y de realización individual en documentos de valor constituyente o en suma, paladear bellos discursos prometiendo igualdad y equidad en las oportunidades no transforman la mentalidad de las personas. Y por ende, tampoco el espíritu de las instituciones.
He aquí la palabra clave: instituciones. Desde la familia que nos ve nacer, hasta la mayor complejidad posible. ¿Qué pasó con los objetivos propuestos y los valores defendidos por los grupos fundantes? Las nuevas generaciones no se sienten obligadas de ninguna manera a mantener las ideas de sus abuelos aunque no tienen muy claro qué y cómo cambiarlo. Hay un vacío en el lugar que le corresponde al ser nacional, en especial y en un gran porcentaje entre los hijos de la clase media. ¿Puede recuperarse la necesidad de lograr una nueva visión de país en colectivo? En esta tierra de eternas dicotomías ¿alguna vez hubo visión de país? Creo que no.

Principios de fondo.

Apuntando a los principios de fondo de la convivencia en sociedad, notamos cómo aparecen problemáticas propias de la globalización, cuando aún quedan viejos problemas sin solucionar. Aún no se ha consolidado un profundo sentir nacional, argentino, propio “como de caracú”, y ya surgen exigencias de adaptación a culturas de zapping y despersonalización que interrumpen los lentos procesos madurativos de la sociedad.
Una sociedad conformada desde el pensamiento de un grupo que veía el progreso y la civilización más allá del océano –o, lo que sería lo mismo, más allá del canal de Panamá -. Modernidad, progreso económico, pero ¿para quiénes? A empujones de sable y escuela, se dibujó un pensamiento distinto del que subyacía en el pueblo.
Probablemente sea por eso que, en la medida en que hubo un mayor acceso a la educación y un entendimiento distinto de los acontecimientos, la brecha con el grupo ideológico político de turno se hizo enorme. La desconfianza creció como una enredadera venenosa, y eso sí, se traduce hoy. A diferencia de aquellos pueblos en los que se miran, muchos sienten vergüenza de ser argentinos. “Qué querés, con este país...”
Vergüenza y pena. Y dolor para los que creen y quieren ser argentinos.

Participación transformadora.

Pero si la desconfianza ha crecido no ha sido caprichosamente. Por un lado tenemos los derechos, y por el otro lado, las decisiones más allá de toda opinión cercenan la seguridad del trabajo, la satisfacción de la opción por el estudio y la investigación. Existen todos los derechos pero no se pueden ejercer. Sucede entonces que los grupos en riesgo crecen desmesuradamente. Y aparece de nuevo la desazón. ¡Tanto esfuerzo para nada! ¿Será que los que tienen el poder de decisión tampoco están orgullosos de ser argentinos y no saben defender lo que deberían sentir “suyo?” No hablamos de discurso, relato o intención, hablamos de la acción cotidiana. 

Indiferencia.

En el proceso de transformación, en las grandes ciudades, se encuentran gran cantidad de grupos que se organizan para defender ideas de la gama más amplia. Debe observarse esto con preocupación, y no porque las personas se agrupen o protesten, sino porque aquellos que no pertenecen a ese grupo en particular, no se solidarizan y transitan sus diarias rutinas mirando de reojo los carteles en las carpas de la plaza o escuchando de lejos las bombas de estruendo.
El respeto a la diversidad, no es lo mismo que la indiferencia ante lo que parece que no nos involucra. Si el respeto por lo diverso es verdadero, cada uno de los miembros de la sociedad debe estar preparado para escuchar, evaluar y actuar a favor o en contra. Sin embargo, esta participación transformadora no se da si no es por la propia voluntad de los hombres y mujeres que la conforman. No es con indiferencia que se puede lograr la integración, inclusión, equidad, multiculturalidad, pluriculturalidad, etc.
La democracia no asegura el respeto a la diversidad. Proporciona el ámbito, los medios, la libertad para decidir, para protestar, para pedir. Pero no asegura que las decisiones, las protestas y los pedidos sean escuchados por los demás, solucionados o por lo menos considerados seriamente. No asegura la convicción de que vale la pena defender la argentinidad.
Para una vida democrática hace falta tener claros los sentidos de donación y solidaridad para con la comunidad a la que naturalmente pertenecemos. Ser argentino debe mamarse, lo cual será muy difícil si desde que nace cada niño escucha: “qué querés, con este país...”. Muy difícil que le invada el orgullo y la necesidad de pertenecer. Y permanecer.  
MAD

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